PAISAJES EN EL OÍDO
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Alberto Blanco
© Alberto Blanco
And when you find a golden feather It means you'll never Loose your way back home
For if I live again, these hopes will never die
La tierra es la misma el cielo es otro. El cielo es el mismo la tierra es otra. De lago en lago, de bosque en bosque: ¿cuál es mi tribu? -me pregunto- ¿cuál es mi lugar? Tal vez pertenezco a la tribu de los que no tienen tribu; o a la tribu de las ovejas negras; o a una tribu cuyos ancestros vienen del futuro: una tribu que está por llegar. Pero si he de pertenecer a alguna tribu -me digo- que sea a una tribu grande, que sea una tribu fuerte, una tribu donde nada ni nadie quede fuera de la tribu, donde todos, todo y siempre tengan su santo lugar. No hablo de una tribu humana. No hablo de una tribu planetaria. No hablo siquiera de una tribu universal. Hablo de una tribu de la que no se puede hablar. Una tribu que ha existido siempre pero cuya existencia está todavía por ser comprobada. Una tribu que no ha existido nunca pero cuya existencia podemos ahora mismo comprobar.
And the vision that was planted in my brain Still remains Within the sound of silence
Tarde o temprano alguien que escuche estos pasos en un futuro sentirá de nuevo aquel calor que animaba el pulso y subía a golpes por la vida, aquella sangre que inflamara las antorchas, los rostros, las vés de la victoria en una espléndida celebración. Un triunfo del silencio voluntario frente al rumor impuesto. Un triunfo musical sobre el barullo ensordecedor. Porque no es lo mismo guardar silencio que quedarse callado. Porque no es igual la acción que la reacción. Luces en la plaza y estrellas en el cielo, destellos en los cascos azules y en los lentes oscuros, transparentes de tanto verano: septiembre ardiendo en las vitrinas de cada aparador. Las bocacalles estaban bloqueadas pero adentro aquello era una fiesta, un baño público, una limpia: la forja en ese instante de una ciudad gozosa. Una inmensa columna de muchachos y muchachas seguía nutriendo la plaza con su savia y a punto de desbordarse ese silencio se encendieron las horas sin reloj. Si las luces de los semáforos estaban apagadas las velas interiores -en cambio- estaban listas; Si el alumbrado público parpadeaba débilmente la lumbre de la muchedumbre formaba un corazón. Eran pocas las ventanas iluminadas por el miedo pero se vislumbraba un fuego nuevo en cada cosa: Periódicos, bolsas, pañuelos, improvisadas teas, cualquier combustible era bueno para la ocasión. La sombra de los muros del Palacio Nacional nos pareció más ominosa aún que el profundo bramido que sentimos correr como un escalofrío bajo el pavimento cuando los tanques rodaron. Una constelación sin nombre se propagó en la plaza y a falta de bandera -el asta se erguía desierta- guardamos entre todos un silencio atronador. Yo tenía diecisiete años. Pudo durar aquella noche inolvidable mil años o pudo ser una sola noche inaugural o la última de todas las noches o la única noche concedida. El caso es que, cuando volvimos a casa recorriendo a pie la enorme distancia, llenos de orgullo, resarcidos, animados, sentimos que algo nuevo, distinto había surgido en nuestras vidas. Una solidaridad esclarecida y puesta en práctica: un gesto un acuerdo, un viento, una pasión. Aquel silencio nos hizo aterrizar -al fin- en el centro mismo de la tormenta y nos hizo poner los ojos en el ojo del huracán. Unos cuantos días después llovieron lágrimas de sangre. Tuvieron que pasar otros diecisiete años para que un amargo septiembre viniera a sacudirnos y nos viera salir del estupor.
When I was younger, so much younger than today I never needed anybody's help in any way But now these days are gone I'm not so self assured Now I find I've changed my mind I've opened up the doors
Corría el invierno de 1965 y yo hacía mi primer viaje a la frontera; iba a Los Angeles en una estrella blanca. A la media noche del segundo día el autobús se detuvo de pronto: una falla mecánica nos impedía seguir el viaje. Tuvimos que bajar todos a la mitad de ninguna parte. Bajamos primero los jóvenes, después fueron bajando los niños, y hasta el final los viejos, protestando por la falla, cansados por el camino, y hartos ya con el llanto de un pequeño de brazos. La joven madre lo calmó dándole de comer de sus pechos bajo las suaves estrellas. Media hora más tarde bajó el acordeón y después la ciega que lo tocaba. Un aroma exquisito recorría el campo, y al poco tiempo todo se calmó. Todos nos calmamos… Quizá fue la primera vez en mi vida que escuché a alguien cantar una canción de los Beatles… La impaciencia que se proyectaba sobre el chofer fue cambiando poco a poco de signo y terminó por transformarse radicalmente cuando pasó por fin otro autobús que se detuvo junto a la fogata. Ambos choferes comprobaron que el desorden era serio, pero -como tantas otras cosas- al fin y al cabo tenía compostura; sólo que se llevaría un buen tiempo. Como el otro autobús iba completamente lleno, ninguno de nosotros pudo transbordar, y los vimos seguir su rumbo sin remedio: el camión se internó en la negrura hasta que sus luces se perdieron. Todavía estuvimos escuchando durante un largo rato el ronroneo del motor que se fue adelgazando entre los grillos… De pronto -instintivamente- como respondiendo a una misma voz, todos nos acercamos al autobús a ver en qué podíamos ayudar. Sin impaciencia, sin rencor -hasta con una chispa de contento- comprendimos que si el viaje iba a continuar teníamos que hacernos cargo de los desperfectos. Todo esto fue lo que sentí el día que supe que iba a ser padre.
I sit and watch as tears go by
Los años que pasaron fueron como un sueño... pero los años que pasaron no fueron nada más un sueño: cada minuto de tu destino encontró su redondez y su fijeza. Tal vez habrá tiempo -dijiste- o tal vez no... la música no se va ni se queda: es un alucine para toda la clientela de un mundo que no deja de llorar lágrimas de cocodrilo. Así que el día de hoy, al final de este verano, hoy que el rocanrol ya peina sus primeras canas, me dicen que hubo una traición a la belleza y un grito ahogado en la dulzura de un país de nubes inversas y de polvo ensimismado a duras penas sobre el nivel de flotación. Lo hubiéramos podido adivinar por esas sombras, por esa extraña vanidad casi de estrella, por la sorpresa y el pudor de ser hallado tan sediento de luz, tan nostálgico de amor, casi se podría decir: tan indefenso... Jesus Christ! Sí que ardió la belleza de mi buen... Constante amor y el corazón vacío. Constante amor y el corazón en calma, hermoso como una copa rota... La última función ha terminado! Ya no tienes que batallar con este terrible personal. Y tu soledad? Y las flamas de tu pelo? Y las cenizas en la alfombra? Y la cabellera blanca de aquella sirena transparente que vieras una noche con asombro y horror? Ya no más el silencio que se escucha al final del pasillo, al fondo oscuro de ese retrato... y ese planeta azul con sus anillos viajando sobre el fantástico paisaje de tu firma... Clara y resignadamente te tiraste un clavado en la alberca de una noche sin alma. Sal a flote por fin fratelo Rúben! Sal a flote del agua vernal! Sal a flote del agua sagrada! Sal a flote en esta madrugada! Sal a flote de este pantano! Sal a flote, es el último verano... No se diga más: esta criatura se ha limpiado de su cuerpo y las prístinas cenizas ven ya directamente a la pupila inmensa del Creador. Todo en esta tierra es puro: la presencia y la ausencia del desastre… oh devoto y eterno Rolling Stone!
Alberto Blanco - 2020